Tokio es una ciudad extraordinaria. Lo confirmé cuando la observaba desde el mirador de Tocho. No alcanza el tiempo para conocerla como ella se merece. En este viaje a Japón le dedicamos casi una semana, pero me faltaron días para demorarme en cada uno de los barrios que visité, para disfrutar sin mirar el reloj un paisaje, un café, una avenida, un parque.
Quedaron afuera otros distritos, más alejados de Chiyoda, el área central en la que está el palacio y donde me alojaba, esos que no se recorren en una primera vez. Caminar mirando hacia arriba fue una constante en una ciudad enorme que también se extiende en sentido vertical, tanto como para llegar a la altura de sus rascacielos o «atrapar» las luces de neón en los carteles.
Por eso, una muy buena manera de beberla de un trago es desafiar el vértigo y subir a alguno de sus
miradores. No me digan que no les encanta admirar una ciudad desde lo alto, casi a vuelo de pájaro. Ya les mostré cómo luce
Tokio, bella y futurista, desde la
torre que se asemeja mucho a la
Tour Eiffel.
Otro balcón privilegiado para apreciar la megalópolis está en los miradores de las dos torres de
Tocho – pues así le dicen – y es el icónico edificio del
Ayuntamiento de Tokio, en
Shinjuku.
Llegar a los 200 metros de altura de cualquiera de los dos
miradores panorámicos tiene muchas ventajas. La principal es tener a una ciudad alucinante a tus pies. Otra es conocer
Tocho, el edificio emblemático del
ayuntamiento, alguna vez considerado el más alto de
Tokio. Es una de las obras más destacadas del famoso arquitecto y urbanista
Tange Kenzo, autor también del
Memorial de la Paz de
Hiroshima. Dicen que tiene la forma de un chip (sí, leyeron bien, yo tampoco lo veo) y parece que la intención de su creador era darle un aspecto futurista. Una ventaja más es que la entrada es completamente
gratuita.
La tarde de nuestra visita se había nublado un poco, por lo que descartamos llegar a avistar el Monte Fuji, que es como la perla de cualquiera de los paisajes de Japón. No importa. Después pude verlo muchas veces y sucumbir a la magia de su silueta en el horizonte. Algo de verdad inolvidable.
Sin embargo, llegué al piso 45 y disfruté de las hermosas
vistas de la ciudad que parece no tener fin y de los
rascacielos de los alrededores, en
Shinjuku. El mirador de Tocho ofrece un panorama impactante. Entre los edificios están la
Torre Mode Gakuen, el
NTT Docomo, tan parecido al Empire State Building y el
Shinjuku Sumitomo Building. Además se avistaban los parques prolijos con los cerezos en flor, las lonetas de color celeste en las que los tokiotas se instalan a hacer
hanami, las calles ordenadas y las autopistas que atraviesan la geografía urbana.
Cuando bajamos, salimos a recorrer los alrededores y, muy cerca de allí, entramos en el lobby del
Hotel Hilton. La intención era explorar el lugar, pero nos encontramos con una fiesta de colores y sabores a la que no habíamos sido invitados, lamentablemente.
Se ve que a la hora del té se agasaja a los pequeños huéspedes con tortas y pasteles que invitan a soñar. Recorrimos divertidos la que se señalaba como “Strawberry Road” para admirar cada obra maestra de la repostería. Calesitas dulces, cupcakes multicolores y torres de chocolate competían por atraer nuestra atención. Algunas jóvenes, vestidas con sus trajes de maiko, se acercaban a elegir el próximo postre a degustar. Nos apuntaríamos, sin dudar, para una próxima tarde.
Al salir descubrimos que, una vez más, los
cerezos en flor estallaban, esta vez, en la vereda del hotel. La magia del espectáculo se sucedía en cada distrito que visitábamos. Recuerden: la estación de metro más próxima es
Tochōmae. También se llega fácilmente desde la salida Oeste de
Shinjuku.
Cómo llegar?