La primera vez estuve sólo un día en Madrid. Fue un mes de mayo y por muy poco tiempo. Debo reconocer que ese fue un cóctel casi explosivo. Desde ese momento, se me instaló una extraña sensación: la de haberme perdido algo. Y eso, cuando viajas, no está muy bueno. Me di cuenta rápidamente que Madrid era una ciudad maravillosa y me quedé con muchas ganas de volver. Había cometido una especie de pecado: la bella capital de España no es un lugar para faltarle el respeto. Se merece dedicarle unos días. Y así lo hice, un par de veces más.


Sin embargo, aquí les hago un apretado resumen de todos los lugares por los que anduve a pesar de tener sólo un día en Madrid. En primer lugar, porque es a lo que me dedico, a compartir las experiencias en el blog. Y en segundo lugar, porque el recorrido es válido para quienes tengan poco tiempo. Con esta breve crónica viajera trato de demostrar una teoría que he comprobado más de una vez. Siempre me digo que, aunque tengas poco tiempo en un lugar, puedes conocer lo mejor que ofrece. Viajar es así. El tiempo que le dediques es válido y suficiente. Aquí voy.


En primer lugar, visité en parte el distrito antiguo, la ciudad de los Borbones y el centro. El barrio Moderno y el distrito elegante de Salamanca quedaron pendientes, como así también esas escapadas tan recomendables a las cercanías, como lo es Toledo. Tuve la suerte de alojarme frente al Paseo del Prado. Es un muy buen lugar donde «hacer base». Las principales atracciones se encuentran bastante cerca. Caminando llegué al Paseo de las Huertas cuando me dirigía hacia el centro histórico madrileño. Recorrí ese camino inclinado tan animado subiendo hasta la Plaza Santa Ana, rodeada de los típicos bares de tapas, una plaza hermosa tanto de día como de noche.

Seguí luego mi camino por la
Calle Mayor y llegué a la
Plaza Mayor, el lugar en el que late el corazón de
Madrid. Es un lugar imponente en su conjunto, con los arcos laterales, las fachadas coloridas y las rejas en los balcones. Es tan vital y tan pero tan madrileña. Siempre llena de gente, alegre, efervescente, la Plaza Mayor es un lugar con un magnetismo innegable. No te puedes privar de conocerla aunque dispongas de sólo un día en
Madrid.



Luego di un paseo por la Cava Baja, colmada de atractivos locales de comidas y bebidas, que invitaban a detenerse un rato para descansar, comer algo en alguna de las terrazas, mientras ves pasar la gente. Así, simplemente. En estos días en los que la pandemia de Covid-19 hace imposible siquiera pensar en viajar, me nutro de hermosos recuerdos. La caña que tomé sentada en un bar en esta plaza es uno de ellos. Cierro los ojos y me veo continuar la caminata por otra plaza, la Humilladero para llegar a la Plaza de la Paja, otro de esos lugares emblemáticos, con sus escalones anchos y separados, y los desniveles.


Mi recorrido continuó hasta llegar a la
Puerta del Sol, un lugar extraordinario. Tendría que decir que aquí también late el corazón de Madrid si ésta tuviera más de uno. Reconozco que me emocioné cuando la conocí colmada de gente, tránsito, bullicio. A lo lejos vi el antiguo cartel luminoso de
Tío Pepe consagrado al jerez más famoso del mundo. Ese hito me confirmaba que estaba en el centro mismo de
Madrid.
Como un imán, el camino te lleva a la
Calle Preciados, que arranca con la tienda más tradicional de España:
El Corte Inglés. Y sigue con decenas de locales de muchas de las marcas europeas de indumentaria más prestigiosas. Son unas pocas cuadras
trendy. Esta calle es imprescindible y también un muy buen lugar para ver y hacerse ver. Eso si tienes tiempo. No recomiendo detenerse en cada vidriera si sólo dispones de
un día en Madrid.



Me sorprendió desembocar en la Gran Vía, elegante, hermosa. Me recordó mucho a algunas avenidas de Buenos Aires, tan llena de gente paseando y ver a los agentes de tránsito que tocan su silbato contribuyendo considerablemente a aumentar el bullicio. Tiempo después volví y la recorrí de punta a punta, como ella se lo merece. Los edificios son extraordinarios. Y recuerdo que comenzó a lloviznar. Pero en estos viajes, ni siquiera unas gotas pueden deternernos. Por eso caminé sin perderme detalles por la Plaza de España para ver las adorables las estatuas del Quijote, Sancho Panza, y de don Miguel de Cervantes Saavedra. La plaza es imponente.
Me propuse luego asomarme al
Palacio Real de los Borbones, caminé por la
Plaza de Oriente y desde el parque que rodea al insólito
Templo de Debod, tuve otra perspectiva del palacio. Y no me privé de entrar a la bellísima
Catedral de la Almudena.
Si de cubrir lugares icónicos se trataba, me apuré para llegar a la tradicional
Plaza de Cibeles con su fuente, rotonda y el imponente edificio del
Palacio de Comunicaciones hasta la
Puerta de Alcalá. Este lugar es muy atractivo. Realmente cuesta decidir hacia dónde mirar primero. El célebre
Parque del Retiro quedaría para otra vez. Apenas si lo vislumbré con la firme convicción de que, como no se puede hacer todo en un solo día, volvería pronto. Y así fue, lo hice.
La tarde iba llegando a su fin, la llovizna se había retirado y pude hacer una muy breve visita al inmenso
Museo Reina Sofía. Entré y pregunté por el
«Guernica», una de las obras, si no LA más alucinante de
Picasso. Me resultó increíble que mi breve recorrida me hubiera llevado hasta este cuadro. La pintura reinaba en una de las salas destinadas exclusivamente al artista. No se admitían fotos. También pude admirar algunas obras del gran
Salvador Dalí.
Volví por la
calle de Atocha y, en la estación de trenes, conocí sus increíbles jardines de invierno. Ya al final, volviendo al hotel por el
Paseo del Prado, descubrí el impactante muro vegetal de la
Caixa Forum, el moderno centro social y cultural. Este muro es un trabajo del botánico francés
Patrick Blanc, que no tiene tierra pero sí plantas de especies diferentes. La mezcla de colores es, en sí misma, una obra de arte.
Ya desde el final de ese día, comencé a esperar con impaciencia volver lo más pronto posible a Madrid. Y así fue. Volví.