Durante el viaje al sur de Francia paré en Avignon y me alojé «intra-muros», en la que se conoce como «la ciudad de los papas». Estuve en un petit hôtel encantador, muy cerca de la entrada de la Puerta Saint-Lazare. De todo lo que la ciudad propone, estaba ansiosa por conocer el palacio monumental y el Puente Saint-Bénezet, el famoso Puente de Avignon, una de las estrellas de la ciudad medieval.
Ubicada en la región de
«la Provence», Avignon es una ciudad bella y singular. No había imaginado lo caudaloso que era el
Rhône, el río que baña sus orillas. Y el hecho de encontrar una
ciudadela como ésta, con un despliegue de 39 torres, de largas murallas y de 7 puertas, tampoco. Está muy bueno esto de alojarse en el interior de una ciudad que permanece casi como en el
Medioevo. Es como si habitaras un cuento. Lo que te saca del hechizo es el tráfico. Esto te deposita de golpe en la época actual, cuando buscas sin éxito un lugar para estacionar el auto.
El Palacio de los Papas es imponente. Y se mantiene tal cual. Fue construido sobre las rocas de los Doms, y ofrece una vista extraordinaria sobre la antigua ciudad y sus alrededores. Este castillo, otrora residencia pontificia en la Edad Media, es en realidad el edificio gótico más grande del mundo.
La
visita del palacio es un programa imperdible en
Avignon. Una mañana lluviosa de abril, me tomé el tiempo de recorrer las salas y las habitaciones haciendo un viaje al pasado. En ese momento el lugar se preparaba para recibir una gran muestra de
Louise Bourgeois sobre
Las papisas de Avignon. La araña emblemática nos esperaba a la salida de una de las enormes salas.
Avignon parece una ciudad casi detenida en el tiempo. Las murallas esconden una ciudad encantadora en cada uno de sus rincones. Uno imagina el ambiente y su espíritu durante el famoso festival d’Avignon. Me gustaría participar algún día de esa celebración. Atravesada por sus callejuelas empedradas, la ciudad medieval es el marco ideal para un evento artístico de este tipo. Tuve el gran placer de pasear y descubrir sus terrazas soleadas y sus trompe-l’œil sobre tantas fachadas de edificios.
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Aunque los lugares imperdibles son el Palacio de los Papas y el Puente Saint-Bénezet, les recomiendo hacer un paseo por el centro de la ciudad intra-muros. La plaza Crillon, el Teatro de la Opera y el Hôtel de Ville o Ayuntamiento son edificios maravillosos. La plaza es la que aloja a menudo eventos locales. Cuando estuve de visita, el pueblo francés discutía el mariage pour tous, la ley que permitiría el casamiento entre personas del mismo sexo. Una noche, la plaza estaba llena de manifestantes que apoyaban una y otra postura, pero que se reunían a expresarse en paz.
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Guardo mis mejores recuerdos del panorama de Avignon desde lo alto del Palacio de los Papas. Desde ese punto, la vista es increíble, también cuando el cielo está nublado. Avignon es una ciudad ideal para recorrer a pie, saboreando sus calles, sus monumentos, sus costumbres. Disfruté descubrir las calles interiores. Son antiguas pero elegantes. Una de las más bonitas era la rue des Teinturiers o «calle de las tintorerías». Tenía una rueda de molinos, todo un descubrimiento.
La ciudad tiene hoteles particulares extraordinarios, como el de la
mansión de Jules-François Pernod, lugar donde se encuentra el coqueto restaurant
Numéro 75. Están también las iglesias y numerosas pequeñas plazas. El mercado de la
Place de Carmes era mi favorito. Ubicado en mi camino desde el hotel hacia el centro lo visitaba cada mañana. Su atmósfera de mercado típicamente francés lo hacía más bonito aún.
Me encantó vivir esos días en Avignon, y conocer una de las más importantes ciudades provenzales, llena de historia y encanto.