

Gran idea recorrer Inglaterra, Escocia e Irlanda en un mismo viaje. Sus tierras frías y húmedas tienen un encanto muy particular. Hoy hablo de Belfast, una ciudad que logró, de a poco, superar el dolor. En esa oportunidad conocí la región, el Ulster, una tierra que, dicen, está envenenada por los colores. La competencia que hay entre ellos y lo que representan parece ser como algo tóxico. Están el blanco, azul y rojo del Reino Unido. Y el naranja, verde y blanco de la República de Irlanda. Colores que parece que alcanzan la armonía, pero que después se alejan, no lo logran. Y esos contrastes son visibles en la geografía urbana.
Cada día en Belfast empezaba combatiendo el frío con un auténtico full Irish breakfast. Probé muchas veces el delicioso black pudding – una especie de morcilla – junto con los porotos en salsa de tomate, los huevos revueltos, la panceta, las salchichas y los champignons. Todo esto y el café caliente y humeante eran la fórmula perfecta para enfrentar el frío de noviembre. Después de este desayuno, a caminar!




Belfast es una ciudad muy importante, tanto desde el punto de vista
industrial como
histórico. Cuando visité el famoso
museo del Titanic aprendí mucho sobre la producción de fibras textiles, la del tabaco, y, por supuesto, sobre la fabricación de grandes barcos. Es que, precisamente en
Belfast es donde se construyó el inolvidable y malogrado
transatlántico RMS Titanic. El museo está emplazado en un distrito algo apagado. La exposición es impactante. Al mismo tiempo, esta ciudad fue la sede de episodios muy tristes. Las huellas de la época de los terribles conflictos entre los vecinos católicos y los protestantes aparecen descritos en los muros de las calles
Falls y
Shankill. Por suerte,
Belfast ha superado largamente las lágrimas y hoy en día se respira una atmósfera mucho más tranquila.


Belfast me pareció una ciudad muy bella y acogedora. Entre mis fotos pueden encontrar las del magnífico edificio del City Hall, las del centro histórico y del mercado del puerto, sólo a fin de tener una idea de lo hermosa que es la ciudad.
Algo me llamó la atención en Belfast, cuando recorría los barrios suburbanos. Las calles aparecen claramente identificadas con banderas. Se exhibe si los vecinos apoyan al Reino Unido o a la República de Irlanda. Da la sensación de que, si nos alejamos del centro, se respira, de alguna manera, una tensa calma.
Así lo expresó el taxista que, como tantos otros, se ofreció por unas libras, a hacer una «visita guiada» por los distritos que fueron el escenario de las luchas. No es una visita que recomiende especialmente. Debo reconocer que me decepcionó un poco. Yo habría preferido caminar, visitar los murales de cerca. Pero el barrio es extenso y de este modo fue posible apreciar mejor el ambiente.
Llovizna, historia, recuerdos dolorosos, resiliencia, gastronomía, arquitectura, arte callejero, puerto… Todo eso, y mucho más, representa a Belfast.