Una de las visitas más importantes en Kyoto fue la del castillo Nijo-jo, un conjunto de edificios espectaculares. Construido a principios del siglo XVII, durante lo que se conoce como período Edo, fue la morada del primer shōgun, llamado Tokugawa Ieyasu.
A estas alturas de nuestro viaje a Japón, Tadashi, nuestro guía, estaba habituado a la batería de preguntas que le hacíamos. En este lugar recuerdo que todas se referían al misterioso – para nosotros, occidentales – personaje del shōgun. Tuvo que hacer un alto para contarnos que era quien dirigía el ejército, honor que sólo era concedido por el mismísimo Emperador. El problema fue que tenía tantas atribuciones que se fue convirtiendo en un gobernante de facto. Hasta llegó a considerárselo rey, por encima de la autoridad del Emperador. El Castillo Nijo-jo o Castillo Nijō, así, simplemente, era un lugar ideal para apreciar la magnitud de su poderío.
Lo primero que me impactó del castillo fue la entrada principal. Allí la magnífica puerta nos daba acceso al palacio propiamente dicho. La decoración, hecha de flores, pájaros y mariposas multicolores, era preciosa. Luego, cada uno de los detalles de la construcción daba cuenta de lo imponente que era la residencia. Durante el recorrido aprecié mucho los salones tapizados de tatami, las tradicionales esterillas japonesas.
En un ambiente austero y despojado, se recreaba la vida en el palacio, en el que la escena cotidiana tenía a sus habitantes descalzos y sentados en cuclillas, aún en las reuniones entre el shogun y los funcionarios que recibía.
Las decoraciones de los techos, las paredes frágiles y las ligeras puertas corredizas eran sumamente bonitas. Cada salón representaba una escena distinta.
No pude tomar fotos ya que estaban prohibidas.
No pude tomar fotos ya que estaban prohibidas.
Otro de los atractivos del palacio eran los «suelos de ruiseñor» que rodeaban los salones. Así se llamaban ya que, mientras caminábamos sobre ellos, chirriaban con un sonido muy particular. Tadashi nos contaba que servían de alerta a los moradores en caso de que atacantes lograran acceder al interior del palacio. Nuestros pies, descalzos por supuesto, hacían sonar también la señal de alarma, la de visitantes ruidosos, pero inofensivos, como debe haber sucedido hace siglos.
De cualquier manera, recuerdo que fue en este lugar en el que decidí comprar y traer a mi casa un rollo de tatami. Así lo hice. Frágil, pequeño, viajó en la bodega del avión porque superaba los 60cm de largo y hoy está felizmente instalado en mi dormitorio, a los pies de mi cama.
El castillo Nijo-jo en Kyoto forma parte de la lista de la UNESCO que incluye monumentos patrimonio de la humanidad. Un galardón muy bien merecido.
Los edificios antiguos del castillo, las puertas monumentales y las estancias están en perfecto estado de conservación. Se han convertido en mudos testigos del poderío de sus habitantes y de la magnificencia del imperio.
Los edificios antiguos del castillo, las puertas monumentales y las estancias están en perfecto estado de conservación. Se han convertido en mudos testigos del poderío de sus habitantes y de la magnificencia del imperio.
Me encantó. La tarde terminó en el maravilloso distrito de Gion, habitado por las geishas. En este otro artículo se los cuento.
Cómo llegar:
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