Los Acantilados de Moher estaban ubicados en el primer lugar en mi lista «a hacer» en Irlanda, país que visité por primera vez hace poco tiempo. Sabía que el país era una isla de paisajes fascinantes y leyendas. Es el país de los pubs donde corre la cerveza negra, y la tierra de esos seres extraños como duendes verdes, los «leprechauns«. Debo admitir que conocí muchos de aquéllos, bebí unas cuantas pintas, y no vi ninguno de los últimos.
El paisaje que se alcanza con una excursión a los acantilados de Moher y Galway, los célebres «acantilados de la locura», los «cliffs» que se levantan, imponentes, a proximidad de esa ciudad, de Galway. Es un paisaje increíble y vertiginoso si los hay.
Cómo llegar.
Estaba alojada en Dublin y tenía que desplazarme a la otra costa. Llegué muy temprano a la estación Hueston para tomar el tren que atraviesa el interior de Irlanda. Son aproximadamente 2.30 hs. de viaje hasta el litoral. Al llegar a destino, cambiamos de transporte. Un bus nos llevaría a recorrer la región. Los acantilados imponentes no son la única atracción en esta tierra inhóspita. Está también el Burren, un territorio único, una verdadera perla geológica. Está habitada por colinas de piedra caliza, restos arqueológicos, tumbas megalíticas y por la antigua abadía de Corcomroe.
The Burren, tierra de rocas pero fértil.
El Burren es una tierra extraña, atravesada por fisuras que parecen cicatrices. Muy extendido, a veces en pendiente que llega hasta el mar, otras veces en una planicie. Es como un desierto rocoso y desmesurado que se extiende hasta no encontrar el fin. Se llega a él cuando la tierra seca se pierde en la costa y es bañada por el mar salvaje. El día frío y lluvioso de nuestra visita, transformaba el paisaje árido en algo casi ominoso.
Como un desierto irlandés.
Los acantilados de la locura.
El instante de nuestro encuentro con ese paisaje asombroso fue mágico. Yo había visto las fotos en numerosas revistas de viajes. Pero el solo hecho de encontrarse delante de esa maravilla de la naturaleza se vuelve una experiencia inolvidable. Mis fotos hablan de eso ampliamente.
Qué espectáculo. La naturaleza domina el territorio. Los visitantes somos verdaderos outsiders. La energía del viento agita el agua y despeina la hierba. Es algo hipnótico. Hay que apurarse porque las nubes y la lluvia suelen arruinar el prodigio de esta escena.
La visita y el recorrido propiamente dicho llevó tres cuartos de hora. Pasó que comenzó a llover, y la lluvia en ese lugar es cosa seria. Lo lamenté porque seguían llegando visitantes y no iban a poder disfrutar de la misma escena imborrable.
Alcanzar los Cliffs of Moher en Irlanda es una hazaña para lograr aunque sea una vez en la vida.P.S. Les aconsejo visitar en mi blog la maravillosa Calzada del Gigante.