La historia cuenta que en 1990 Selarón se hizo propietario de una escalera de 125 metros de altura y de 251 escalones que llevan hasta el convento de Santa Teresa, en el corazón de un antiguo barrio de aires portugueses, alejado del centro de la ciudad. Se volvió un emblema, una obra famosa en todo el mundo gracias a la original decoración hecha de azulejos de colores. El trabajo no se consideró nunca acabado sino en una suerte de restauración permanente. Es muy divertido buscar y reconocer dibujos, nombres incluidos en las baldosas. Parece ser que siempre hay novedades. Se agregan nuevas cerámicas y la obra va mutando de alguna manera.

La busqué y le encontré en el barrio. En un primer momento fui de noche, después de cenar en un pequeño restaurant con terraza en el famoso barrio de Lapa, el que está emplazado cerca del viejo acueducto y sus enormes arcos. Esa tarde no pude encontrar la escalera. El viejo distrito estaba bastante oscuro. Me parecía inseguro avanzar sin tener demasiada certeza. Cuando preguntaba a la gente: «la escadaria Sélaron?» «Debe caminar en esa dirección señora». Y sin embargo, la escalera no aparecía.

Luego, volví la tarde siguiente. Ah, bueno! Bajo la luz del sol era otra cosa!. La popular escalera apareció en el extremo de una calle decorada con pinturas murales. Era un lugar sorprendente. Estaba lleno de gente que subía lentamente los peldaños observando las piezas de cerámicas.

Situada entre los límites de los distritos de Lapa y Santa Teresa, Selarón encontró que estos escalones podían ser bien una fuente de inspiración y transformarse en una obra de arte callejero. Poco a poco, el artista comenzó a cubrir las gradas con cerámicos llenos de colores. Primero estaban los colores de la bandera brasileña. Después los turistas vinieron a ayudarlo a completar la obre pintoresca. Yo misma encontré detalles simpáticos: mi querido equipo de fútbol en Rosario, Rosario Central, tenía dedicado también un mosaico en su honor!

Los visitantes llegados de los cuatro puntos cardinales decidieron enviarle cerámicos decorados con diseños que identificaran sus lejanos países. Fue así que Selarón, contento de encontrar este nivel de compromiso con su obra, fue agregando los regalos en su escadaria hasta el fin de sus días.

Río de Janeiro es al fin y al cabo una ciudad llena de contrastes. La escadaria Selarón da prueba de ello.