

Después de casi un año y medio, disfruté de mi primer viaje en pandemia. El destino elegido fue la Estancia El Colibrí en las sierras cordobesas. Una escapada de sólo cuatro días fue el «permiso» que me otorgué, rodeada del aire puro de Santa Catalina y del marco natural de una de mis provincias preferidas. Si bien los estrictos protocolos sanitarios limitaron bastante la oferta de actividades en la estancia, la experiencia fue altamente satisfactoria. Me hacía mucha falta vivir de nuevo una experiencia viajera. Todo se había paralizado desde que comenzó la crisis por la epidemia y la posterior cuarentena interminable. El 2021, el que suponíamos iba a ser «el año de las vacunas», está atravesado por el rotundo fracaso de la estrategia sanitaria en Argentina. El Covid-19 va camino a convertirse en una enfermedad endémica y tendremos que convivir con el virus. adaptando nuestras vidas y expectativas.


Esos días de contemplación de paisajes idílicos a pleno sol, del disfrute del aire libre y de la excelencia en gastronomía autóctona, fueron como un bálsamo. La
Estancia El Colibrí se precia de sus aires coloniales bien argentinos. Las áreas de uso común son amplias, cómodas y ambientadas tal como deben haber sido en aquellas épocas de mediados del siglo XIX. La familia
Fenestraz, miembro de
Relais & Châteaux, recrearon el
lugar a los pies de las sierras para adecuarlo a esas antiguas fincas de nuestro país. El resultado es esta exquisita estancia ubicada a menos de 10 kilómetros de Ascochinga y de Colonia Caroya. Y es óptimo.


Mi historia como huésped de Estancia El Colibrí empezó ni bien me instalé en las habitación identificada como «Pampa». Brevemente les cuento que era muy cómoda, con una bonita vista al exterior. Estaba provista de una agradable ambientación y de mobiliario antiguo, simple y elegante. La gran cama invitaba al descanso y el hogar en un rincón aportaba un toque encantador. Preferí que no fuera encendido, a pesar de que la climatización no fue la adecuada para las noches algo frías del otoño incipiente. La estancia colonial disponía de wi-fi libre y TV satelital. La gran sala de baño estaba decorada en el mismo estilo que la habitación y disponía de todas las amenities. De allí pasé al comedor para almorzar.



La propuesta gastronómica gourmet de cada día se preparaba con productos frescos y naturales salidos de la huerta y de la granja de la estancia. Visitarla era otro de los paseos más entretenidos. Tuve el placer de conocer bien de cerca a todas las hortalizas que uso en mi dieta cotidiana. Nada mejor que tenerlas a mano para apreciarlas mejor.







Todo era preparado con dedicación y delicadeza. La atmósfera tranquila y el entorno natural invitaban al descanso y al disfrute de cada comida, a veces en el salón, otras en la terraza. Las mesas estaban dispuestas cumpliendo con las distancias requeridas por los protocolos. Del menú, amé las carnes, las ensaladas y las sopas. Ni hablar de los postres que el personal, tan amable, nos describía antes de sentarnos a la mesa. Y la realidad, no nos defraudaba. Reconozco que lamenté no poder participar de numerosas actividades que se promocionaban en la página web, posiblemente activas antes de la pandemia. Estimo que las medidas sanitarias eran el motivo principal. Una pena que no pudiéramos hacer las degustaciones en la cava, las clases de pastelería y los almuerzos en la huerta o a la orilla del río.




La Estancia El Colibrí es un destino ideal para los que gusten de cabalgar. Los senderos son aptos para las cabalgatas con amigos o en familia. Los niños, convertidos en pequeños jinetes, eran los que, en mi opinión, más disfrutaban. Cómo no hacerlo montados en esos preciosos animales, unos caballos criollos tan bonitos, mansos y obedientes. Tal vez en otra oportunidad me anime a montar, ya que el encargado ofrecía todas las garantías para jinetes de todas las edades y expertise. Por mi parte, pude aprovechar a pleno de momentos de relax en las instalaciones del spa después de las caminatas diarias. Yacuzzi y saunas estaban preparados para el turno que se me asignaba con antelación. No puedo dejar de mencionar que para la primavera y el verano, el sector de la piscina, algo apartado del edificio principal, debe ser otro de los lugares ideales para descansar al sol.



Cada mañana, después del desayuno, salía a caminar. Primero, inspeccionaba el maravilloso jardín de lavandas. Después me perdía por los bosques aledaños y bajaba hasta el río. Otras seguía el recorrido del camino que llevaba hasta las canchas de polo y a la tranquera principal. A menudo volvía para visitar la granja, una de las actividades preferidas por los huéspedes.






Los niños llegaban con sus cestas cargadas de huevos recogidos en el gallinero. Yo me entretenía visitando a unos cachorritos recién nacidos de dos de las perras pastoras que acompañaban siempre a los caballos. Luego pasaba por el sector donde estaban las cabras y las ovejas con sus respectivas crías, y dejaba esperando a las llamas pedigüeñas. Mi trayecto terminaba en la huerta orgánica, un espacio lleno de colores y del perfume de las hierbas aromáticas.


Esos días en Estancia El Colibrí resultaron eso que los franceses denominan «une parenthese enchantée». Un paréntesis, un alto en este camino pedregoso de los tiempos que nos tocan vivir. El contexto encantador de más de 150 hectáreas de campo y suaves montañas, la belleza natural de la provincia de Córdoba, con su fauna y su flora, enmarcaron estas jornadas tan excepcionales en mi vida en cuarentena. Seguramente, volveré muy pronto.


Cómo llegar: