Ya hace más de un año que viajé a Inglaterra para estudiar en Oxford y, todavía, no escribí sobre esa experiencia única. Tal vez será porque fue casi un sueño hecho realidad. Algo que esperé hacer casi toda mi vida. O quizás porque la realidad en la que vivo es tan distinta que no me atrevo a volver a soñar. Quienes me conocen saben que mi verdadera pasión es estudiar idiomas. Tengo una facilidad innata para comprender, retener, relacionar. Las primeras lenguas extranjeras que estudié fueron el italiano y el inglés. Después vendría el francés, que se transformó en mi preferido.
Pero tenía una deuda con el idioma de Shakespeare. O él la tenía conmigo, no sé. En mi adolescencia era algo poco usual viajar para perfeccionarse en un idioma. Yo estudiaba en A.R.I.C.A.N.A. en donde se organizaban los primeros viajes de intercambio. Era otra época, otro mundo. Yo, por múltiples razones que se presentaron en mi vida, no pude hacerlo. Pero el deseo permaneció intacto hasta que, un par de años atrás, mi prima me propuso viajar para estudiar en Oxford junto a un grupo de jóvenes estudiantes de la Cultural Inglesa de Rosario. Tenía la suerte de que fuera ella una de las coordinadoras. Mi primera reacción fue «Quien? Yo?»
La propuesta me parecía increíble, imposible a decir verdad. Viajar con estudiantes jóvenes, hacer a esta edad lo que no había podido hacer cuando tenía sus años. No, no creía posible hacerlo. Ya era tarde. El programa incluía un examen de nivel, tres semanas estudiando en Kaplan International Languages durante las mañanas. Y por la tarde visitas guiadas a los principales colegios, museos y bibliotecas de Oxford, la ciudad sede de la universidad más antigua del mundo anglo parlante. Era todo lo que había soñado hacer algunas décadas atrás, en la primavera de mi vida. Era viable?
No demoré mucho en hacerme otra pregunta: «Por qué no?» Así fue como nació y creció el entusiasmo y comencé a organizar el mejor viaje de mi vida. Viajar a Inglaterra para estudiar en Oxford era todo lo que había querido hacer y no había podido. No era el momento que yo había previsto, pero resultó el momento justo para hacerlo. Partía un 12 de enero rumbo al crudo invierno boreal y a medida que se acercaba la fecha temía que algo ocurriera. Pasaban las fiestas, terminaba el año 2018 y yo esperaba que mi carroza se convirtiese en una calabaza. Conocí a mis compañeros de viaje, chicos encantadores que no sabían que eran privilegiados. O que había alguien entre ellos que no tomaba esta vivencia como «algo natural».
Oxford nos recibió con un invierno extraordinario. Nevaba cada mañana cuando, temprano, me levantaba para desayunar y partir a clase. Desde el hotel nos llevaba el bus que pasaba puntualmente. Entre nosotros lo conocíamos como el number 6. Confieso que nunca voy a poder habituarme a que un transporte llegue todos los días a la hora exacta. Llegar al instituto era un placer, encontrarme con los profesores amables que me trataban como a un alumno más, era otro. Subir las escaleras hacia el salón, rodeada de compañeros que venían de países tan lejanos como el mío, era una de las muchas alegrías cotidianas. Tanto como las clases en las que se empleaban los más modernos métodos pedagógicos para aprender una lengua extranjera.
Más tarde llegaba la hora del almuerzo compartido en la simpática cantina. Y las visitas guiadas por profesores en donde conocería la antigua ciudad universitaria, los colleges por dentro, con sus claustros en los que se filmaron escenas de la saga de Harry Potter, los museos y las pequeñas iglesias. Cada lugar traía una nueva experiencia. Un descubrimiento, una joya histórica, un concierto inesperado, un paisaje singular, un rincón entrañable que no me era ajeno. Todos los días se sucedían como en un sueño hecho realidad, tantas veces acariciado. Estaba viviendo momentos que alguna vez habían parecido inalcanzables.
La rutina de compartir el aula, participar de clases modernas, servirme de material de avanzada y acompañada de jóvenes inteligentes, atentos y motivados por el estudio, se convirtió en una de las mejores experiencias viajeras de mi vida.
Atesoro los paseos por esa ciudad excepcional, esas tardes caminando hasta que el sol caía para terminar tomando una taza de chocolate caliente para recuperar la temperatura. Agradecí cada momento vivido en Oxford. Más adelante les compartiré los lugares que conocí en esa ciudad excepcional. También los que visité los fines de semana, entre ellos Londres, Bath, los Cotswolds, Windsor.
Estudiar en Oxford es algo que todos los que amamos la lengua de Shakespeare deberíamos poder permitirnos alguna vez en la vida.
Mis coordenadas…
Una ciudad increíble y una experiencia inolvidable
Fue genial. Ojalá podamos volver a hacerlo algún día!
Maravilloso Ely. !!! Que se repita.!!!
Ojalá! Fue una experiencia increíble
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Thank you dear Eli! I was privileged to have been your team leader/coordinator.
It was one of the most wonderful trips ever! I hope you join again once we get rid of this virus!
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Hi my dearest Juani,
This trip was «the one» in my lifetime, like an old dream made true. Thanks for your kind words