Islandia tierra de fuego y hielo, vive un renacimiento, del cual he sido testigo en el invierno más crudo del mes de enero. Un desastre natural se convirtió en la oportunidad de impulsar el turismo hacia este territorio casi salvaje.
Primero, Islandia fue víctima de un crash financiero. Luego, en el 2010, la erupción de un volcán de nombre difícil de pronunciar, el Eyjafjallajokull, fue la causa de una nube de cenizas gigantesca que paralizó el espacio aéreo del país, y de muchos otros vecinos. Lo recuerdan?
Sin embargo, todas esas crisis devinieron en oportunidades. Islandia vio surgir el turismo en la instalación de circuitos atractivos, hoteles y restaurantes y en la llegada de un boom de visitantes. Islandia tiene con qué recibirlos. Ofrece una de las mejores experiencias de viajes. El paisaje es extraordinario y combina cascadas mágicas, glaciares, auroras boreales, lagunas termales, mares de lava negra, géisers y volcanes no tan dormidos. Cada uno de sus rincones es, sencillamente, espectacular. Yo viví esa experiencia en pleno invierno, después de pasar un mes estudiando en Oxford, pero me propuse volver pronto a conocer el verano ártico.
Ni bien pisas Reikiavik, la moderna capital, percibes que estás entrando en un universo único. Avistarla desde lo alto antes del aterrizaje fue un descubrimiento. Esa tierra cubierta de hielo no parecía real. Confirmé que llegaba cuando el avión se dispuso a encarar la pista.
La ciudad es muy bonita, con sus casas de colores y sus calles iluminadas a toda hora.
La reina indiscutible es Hallgrímskirkja, la catedral luterana de arquitectura insólita. Se la aprecia casi desde cualquier lugar.
Después están el Ayuntamiento, junto a la laguna helada, con ese jardín vertical pintoresco cubierto de musgo y el Harpa Concert Hall, el centro de conferencias y conciertos, obra del arquitecto Henning Larsen. Desde el último nivel, la vista sobre el mar es preciosa.
El must do es la ruta del Círculo Dorado con algunos destinos imperdibles. Entre ellos, las impactantes cascadas Gullfoss, con un impresionante salto de agua que me recordaron a la Garganta del Diablo en Iguazú, pero rodeada de hielo. Recuerdo que el viento me levantaba. Fue realmente vertiginoso.
Amé el valle de Haukadalur, famoso por los géisers. El vapor hirviendo sale de las entrañas de la tierra en una danza que se produce de a ratos. Todos esperábamos pacientemente hasta que el humo estallaba como fuegos artificiales.
Otro paseo imperdible es el de la profunda falla de Thingvellir. Mis primeras impresiones de Islandia son tantas y tan variadas que los recuerdos se suceden como en un caleidoscopio.
Amé nadar en la Blue Lagoon, la laguna termal humeante, sintiendo la sensación ambigua de sumergirme en agua super caliente (37° aprox) mientras el viento frío me congelaba si alguna parte de mi cuerpo se asomaba al exterior. Lamenté no haber llevado al agua un gorrito de lana. La laguna es un balneario instalado sobre un campo de lava.
Me encantó conocer Vik, un pequeño pueblo instalado al sur de Islandia y pasear por la playa negra y los acantilados de basalto en Reynisfjara. Me recordaron a la Calzada del Gigante en Irlanda.
Las olas avanzaban y rompían violentamente, obligándonos a caminar prestando especial atención. No pude menos que recordar las escenas de Game of Thrones que allí mismo se rodaron. En fin, el paisaje es excepcional.
Otro recuerdo inolvidable es la imponente cascada de Skógafoss, dueña del arco iris más hermoso que haya visto en mi vida. Allí, el río Skógá rompe en un elevado muro de roca que salta por encima de una meseta y cae en una llanura que permite que la cascada se vea desde muchos kilómetros de distancia. Me acerqué y me dejé mojar por el rocío. Me bañé también de luz. Fue una experiencia mágica.
Por último, y por ahora, lo más genial que tuvo mi invierno en Islandia es ver aparecer las fascinantes auroras boreales. Es un fenómeno natural increíble: las formas, los colores, el movimiento de las luces en el cielo nocturno es impresionante.
Las ví en Hella y también en Reikiavik. Entendí por qué esas luces caprichosas son uno de los mayores atractivos del país.
Amé Islandia tierra de fuego y hielo: sus paisajes de gélidos y abrasadores, su gente, su cultura.
Quiero volver.