Me ilusionan los molinos, en especial aquellos de Don Quijote. Los molinos de viento que estaban instalados en mi imaginación eran los de la Mancha. No otros cualquiera. Esos eran, para mí, los verdaderos. Los colosos que describía don Miguel de Cervantes cuando “el Hidalgo” se atrevía a enfrentarlos. Los sabía antiguos y poderosos, instalados en los Campos de Criptana. Ese era “un lugar de la Mancha” de cuyo nombre quería acordarme.
Ruta hacia los molinos de don Quijote
Aquel viaje a Marruecos y España merecía terminar ahí. Casi como objetos de una peregrinación personal, los viejos molinos serían el extremo de mi recorrido. Tal vez atesoraban historias para contarme sólo a mí. O quizás eran la postal perfecta que deseaba llevarme de regreso a casa. Hoy, cuando el mundo se ha vuelto más distante que nunca, repaso esas fotografías. En ellas, el sol baña las paredes encaladas de esos personajes monumentales. Los veo tal como los recuerdo: orgullosos testigos de historias de verdaderos caballeros. Esos que tienen principios y los defienden. De esos que no quedan muchos por estos días.
Los molinos, un espejismo
Los molinos de don Quijote representaban leyendas, sueños e ideales. La lucha parecía desigual. Por eso di un largo paseo entre ellos, me acerqué a esos muros brillantes mientras medía mis posibilidades y mis fuerzas. Los contemplé, colosales. Se elevaban erguidos sobre la tierra árida. Si, de pronto, a causa de un sortilegio, se transformaran en gigantes? Huiría por la ruta por donde había venido? O me animaría a dar pelea por lo que creo merecer?
Existe una ruta por los molinos de viento manchegos. Elegí viajar hasta los que habitan el Campo de Criptana, uno de los conjuntos más representativos. Este campo amesetado fue expresamente nombrado en los textos originales de Cervantes, en el capítulo octavo de su obra. Hay quien dice que fueron la verdadera fuente de inspiración del autor cuando describe a don Quijote en su batalla imaginaria contra gigantes.
Caminando entre los gigantes
Disfruté mi caminata entre esas torres blancas, simples y misteriosas. Inspeccioné los detalles de las ventanitas y las aspas que apenas se movían con la brisa de ese mediodía de otoño. Los edificios insólitos tenían nombres. Uno de ellos, el “Cariari”, estaba destinado al museo Alarcón. Estaban el “Culebro” y “El Pilón”. Otro se identificaba como “Lagarto, Molino de la Poesía”. Como no podía ser de otra manera, elegí sentarme sobre el césped, a la sombra que proyectaba este último, uno de los más antiguos. Si dices “poesía”, allí me tienes. Repasé la guía en la cual mencionaba que los molinos de don Quijote eran diez. Sólo tres de ellos databan del siglo XVI y mantenían el mecanismo de origen. Los demás eran del siglo XVIII. Cerré los ojos para abrirlos en un par de segundos. El paisaje de la sierra de los molinos que me rodeaba era extraordinario. Era el final perfecto para otro viaje por la tierra de mis ancestros.
Cómo llegar?