
Amé pasar una noche en Praga. Es una ciudad encantadora y disfruté llegar a recorrerla por primera vez paseando al atardecer. Hice el camino de lo que se conoce como Vía Imperial. La tarde fría que se iba transformando en una noche helada de invierno, caminé el trayecto inverso al que hacía el emperador en el momento de su coronación. Durante ese paseo conocí lo que eran las cuatro antiguas ciudades que hoy constituyen Praga. Bañados por una luz dorada, aprecié los puntos de interés turísticos de la ciudad, todos muy cercanos entre sí.
El recorrido.
Bajando desde la antigua Plaza Mayor del Castillo hasta el río Moldava, a la altura del célebre Puente de Carlos, se revelaban los magníficos palacios y edificios que una vez pertenecieran a la nobleza. Esa luz tenue que iluminaba la noche en Praga destacaba mejor las residencias y las calles empredradas que transportan hasta el Medioevo. El paisaje que nos rodeaba era de ensueño. En algún punto del recorrido debía estar el Cementerio Judío. Pero lo pasamos por alto. Me reproché no haber preguntado.
La famosa calle Nerudova.
La marcha se demoraba en cada detalle deliberadamente. Así supe que cada casa particular tenía que distinguirse de las demás y no se numeraban. Los arquitectos ponían en juego su creatividad en forma de diseños y blasones como los que identifican las fachadas en la famosa calle Nerudova. Y, por supuesto, tenía que verificarlo. Había encontrado una manera simpática de atrasar el regreso al hotel.
Hacia la Ciudad Baja.
Y así, bajando lentamente, se descubren iglesias centenarias como la de San Vito, la casa donde Mozart compuso Don Giovanni y las llamadas Columnas de la Peste. Después está la misma calle Nerudova, el Puente de Carlos, el antiguo distrito de Mala Strana y la isla de Kampa en el río Moldava, uno de los rincones más atractivos de Praga.
Hacia el final del recorrido encontré el cruce por debajo de la
Puerta de la Pólvora en la
Namesti Republiky. No se parece en nada a la
Puerta de Oro. Aparecí en la plaza de la
Ciudad Vieja con el fabuloso edificio del Ayuntamiento iluminado. El célebre
Reloj Astronómico, el punto de encuentro, en el corazón de
Praga, brillaba en cada uno de sus detalles.
La vista panorámica desde el
Puente de Carlos mirando hacia la
isla de Kampa es extraordinaria. Se aprecia el paisaje nocturno a un lado de los molinos que bordean el
canal Čertovka, el brazo de río
Vltava o
Moldava.
También cada una de las «estaciones» sobre el legendario puente de más de 500 metros de longitud. En ese punto comencé a sentir el cansancio del viaje y de esta caminata inolvidable.
La magia duró un poco más mientras me detuve a admirar las vitrinas iluminadas de los locales de cristalería de Moldavia, llenos de objetos delicados y alhajas.
Sin lugar a dudas recomiendo hacer este camino, como lo hice yo, recién llegada a
Praga, la ciudad de las cien torres. Fue la mejor manera de anticipar los días que vendrían en ese lugar de cuento de hadas.
Hermoso de día…y fascinante de noche..
Hermosas imágenes Elisa, y la explicación bien precisa que las acompaña…
Te mando un abrazo!