Un día caminé senderos que desafiaban la imaginación. No fue un sueño. Lo hice en Rosellón, un pueblito francés pintado con colores imposibles. Conocí sus barrancas teñidas de ocres y dorados a las que me asomé con asombro. Acodada en alguna de las tantas terrazas que miran sobre el territorio, no daba crédito a mis ojos. No era una sensación vertiginosa. No le tengo temor a las alturas, menos a los balcones sobre abismos.
Lo impactante era el paisaje, por momentos, irreal. Una paleta de colores absolutamente natural que desafiaba los sentidos. Como posada sobre un papel en degradé, la mirada iba del rojo cobrizo al amarillo oro. Después viraba al bronce para detenerse en el marrón brillante. El panorama parecía imaginario, salido de una historia ficticia que contaba la naturaleza cambiante de la región provenzal. A esta altura del viaje, ya sabía que me deparaba numerosas sorpresas.
Rosellón se encuentra en la Provenza, una región es extraordinaria. Tanto, que aloja un puñado de pueblos clasificados entre los más bellos de Francia, con toda justicia. A poco de haber llegado nos damos cuenta que en el lugar manda el color. Hasta los muros de sus casas están pintados al tono. Como en un juego de palabras me digo que ahí nada desentona. La vista impresionante sobre el Monte Ventoux es singular. En este pueblo enclavado en la montaña las callejuelas que serpentean y nos llevan hacia rincones bellos parecen demasiado perfectas. La pequeña ciudad se asemeja a las que describen algunos los cuentos de hadas y duendes. Los barrancos que la rodean quitan el aliento. Apenas es posible creer la paleta de oro y bronce que la naturaleza ha pintado sobre sus paredes verticales.
La atmósfera de Rosellón es agradable de punta a punta. En esas pequeñas casas pintorescas y en los locales de artesanos que seguían el código y ponían otra nota de color al maravilloso «sentier des ocres» o camino del ocre. Se me ocurre elegirla como la de una pintura que describa de la mejor manera el estilo apacible de la vida en «la Provence». Pero me detengo porque, para ser justa, tengo otras ciudades que la acompañarían en mi lista. Aquí el Gran Maestro pintor ha jugado con los colores y las formas. El artista imaginario supo mezclar con destreza la naturaleza paisana en una villa que merece con creces su título de patrimonio natural mundial.
Hace falta agregar más color a esta reseña? Tal vez no es suficiente. Lo mejor sería verlo. Como lo hice aquella vez en Rosellón, cuando me perdí por esas calles, sin brújula, siguiendo el recorrido valiéndome sólo de mi instinto viajero.
Dónde queda la bonita Rosellón: