En estos tiempos de epidemia de coronavirus se ha vuelto imposible pensar en viajar a cualquier lugar del mundo. Por eso he organizado un pequeño viaje a mi jardín en otoño. Es un viaje modesto, pero posible. Es real, no «virtual». Si no se me permite salir de mi casa, puedo encontrar rincones maravillosos en ella. Lugares donde perderme, y pasar horas que me reconforten. El período de encierro se hace largo, difícil. Refugiarme en mi propio jardín en otoño lo convierte mágicamente en un recurso. Hoy parece un parque lleno de pequeños tesoros, a pasos del centro de Rosario.
Hace poco que comencé a apreciar la jardinería. Es algo que me inculcó mi hija mayor. Mi mamá querida era de esas personas a las que se las considera «manos verdes». Lo que sea que plantara, crecía bello y con fuerza. También cosía como un hada. Sin embargo yo nunca me sentí atraída por las plantas. Y si una aguja caía en mis manos, seguro que me pinchaba. Son cosas de las que siempre hablo con mi psicóloga.
Pero desde que encaré algunas reformas en mi jardín, me fui entusiasmando. Había estado en España hace un par de años y me enamoré de los patios andaluces. Esas paredes, cubiertas de macetas con geranios de todos los colores imaginables, me encandilaron. Después pasé por Marruecos. En ese lejano país conocí las fortalezas y los kasbah donde reinaban todos los tonos posibles del ocre y del terracota. La renovación de mi jardín se dio así y cayó en el momento justo.
Hoy, deambular por ese, mi pequeño reino habitado por rosaledas, helechos, geranios, buganvilles y suculentas, es uno de mis mayores placeres cotidianos. Paso buena parte de mi tiempo inspeccionando por aquí, regando por allá. También tengo algunas hierbas aromáticas como romero, albahaca, perejil y ciboulette. A primera hora de día doy un pequeño paseo acompañada por Fiona, mi perra. Me organizo para, más tarde, acomodar maceteros, separar flores que después van alumbrar algún rincón de la casa. Me encanta limpiar las plantas cortando sus hojas secas y ayudar a las que tienen algún tipo de peste, previa consulta al vivero. La Santa Rita me dio bastante trabajo. Y, si hace calor, regar también el césped, es otra de las alegrías de esta cuarentena interminable.
Con estas líneas acompaño algunas fotos que describen lo que les cuento. Este viaje por mi querido jardín en otoño es una de las pocas posibilidades que encuentro para no sentirme angustiada. Para recuperar un poco de aire, de libertad.
Espero que lo hayan disfrutado.
Hermoso lugar que comparto. ?
Y que ahora te toca regar!
Jajajajaja!
Muy muy bello!!! Felicitaciones y gracias por compartirlo ❤️❤️❤️
Gracias Naty!
Vos tenés mucho que ver…
Elisa, que es hermoso que es tu patio andaluz! Gracias por compartir las fotos (Soy Patricia, vengo de LinkedIn)
Gracias por la visita y el comentario Patricia! Los patios andaluces son preciosos. Cómo no tratar de recordarlos, verdad?